Aquí
os dejo los textos (que la mayoría ya tenéis) para trabajar en cada grupo. Como veis, pertenecen a
distintos géneros literarios y su extensión también es variada, no os dejéis
influir por ello. Ninguno es más fácil o difícil que otro. Debéis leerlos con
atención y seguir el guion del comentario de textos literarios que tenéis para
analizarlo. Utilizad el diccionario para aclarar el vocabulario dudoso antes de nada (si es preciso, hacedlo también en la exposición oral).
El grupo que no trabajáis sobre un autor concreto, debéis entrar en esta página: https://pensamientoscelebres.com/autor/ramirodemaeztu/ y seleccionar tres o cuatro frases de Ramiro de Maeztu (componente también de la generación del 98 e integrante del denominado Grupo de los Tres) y justificar lo que dice en ellas relacionándolo con el contexto y la intención literaria del propio autor.
GRUPO DE ANTONIO MACHADO. TEXTO PARA COMENTAR.
Por tierras de España
El hombre de estos campos
que incendia los pinares
y su
despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y
trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
¿no fue por estos campos el bíblico
jardín?:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
Campos de Castilla, Antonio Machado
GRUPO DE JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ “AZORÍN”. TEXTO PARA COMENTAR
Una lucecita roja
La
casa ha abierto sus puertas y sus ventanas. Vayamos desde el pueblo hasta las
alturas del Henar. Salgamos por la calle de Pellejeros; luego tomemos el camino
de los molinos de Ibangrande; después pasemos junto a las casas de Marañuela;
por último ascendamos por la cuesta de Navalosa. El espectáculo que descubramos
desde arriba nos compensará de las fatigas del camino. Desde arriba se ven los
bancales y las hazas como mantos diminutos formados de distintos retazos
-retazos verdes de los sembrados, retazos amarillos de los barbechos-. Se ven
las chimeneas de los caseríos humear. El río luce como una cintita de plata.
Las sendas de los montes suben y bajan, surgen y se esconden como si estuvieran
vivas. Si marcha un carro por un camino diríase que no avanza, que está parado:
lo miramos y lo miramos y siempre está en el mismo sitio.
Fragmento de Castilla,
de “Azorín”
GRUPO DE
VALLE-INCLÁN. TEXTO PARA COMENTAR.
Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por
fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara. DON LATINO y MAX ESTRELLA
filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su coloquio, se
torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos
albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas
cerradas. Despiertan las porteras.
MAX: ¿Debe estar
amaneciendo?
DON LATINO: Así es.
MAX: ¡Y qué frío!
DON LATINO: Vamos a
dar unos pasos.
MAX: Ayúdame, que
no puedo levantarme. ¡Estoy aterido!
DON LATINO: ¡Mira
que haber empeñado la capa!
MAX: Préstame tu
carrik, Latino.
DON LATINO: ¡Max,
eres fantástico!
MAX: Ayúdame a
ponerme en pie.
DON LATINO:
¡Arriba, carcunda!
MAX: ¡No me tengo!
DON LATINO: ¡Qué
tuno eres!
MAX: ¡Idiota!
DON LATINO: ¡La
verdad es que tienes una fisonomía algo rara!
MAX: ¡Don Latino de
Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela!
DON LATINO: Una
tragedia, Max.
MAX: La tragedia
nuestra no es tragedia.
DON LATINO: ¡Pues
algo será!
MAX: El Esperpento.
DON LATINO: No
tuerzas la boca, Max.
MAX: ¡Me estoy
helando!
DON LATINO:
Levántate. Vamos a caminar.
MAX: No puedo.
DON LATINO: Deja
esa farsa. Vamos a caminar.
MAX: Échame el
aliento. ¿Adónde te has ido, Latino?
DON LATINO: Estoy a
tu lado.
MAX: Como te has
convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del
pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey
Apis. Lo torearemos.
DON LATINO: Me
estás asustando. Debías dejar esa broma.
MAX: Los ultraístas
son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos
han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO: ¡Estás
completamente curda!
MAX: Los héroes
clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido
trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente
deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una
deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO:
¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes
más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO:
Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación
deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual
es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO: ¿Y
dónde está el espejo?
MAX: En el fondo
del vaso.
DON LATINO: ¡Eres
genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX: Latino,
deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la
vida miserable de España.
DON LATINO: Nos
mudaremos al callejón del Gato.
MAX: Vamos a ver
qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme!
DON LATINO: No
tuerzas la boca.
MAX: Es nervioso.
¡Ni me entero!
DON LATINO: ¡Te
traes una guasa!
MAX: Préstame tu
carrik.
DON LATINO: ¡Mira
cómo me he quedado de un aire!
MAX: No me siento
las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo!
DON LATINO: Quieres
conmoverme, para luego tomarme la coleta.
MAX: Idiota,
llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz.
DON LATINO: La
verdad sea dicha, no madrugan en nuestro barrio.
MAX: Llama.
Escena XII, Luces de bohemia, Valle-Inclán
GRUPO DE MIGUEL DE
UNAMUNO. TEXTO PARA COMENTAR.
Y entonces, serena y
tranquilamente, a media voz, me contó una historia que me sumergió en un lago
de tristeza. Cómo Don Manuel le había venido trabajando, sobre todo en aquellos
paseos a las ruinas de la vieja abadía cisterciense, para que no escandalizase,
para que diese buen ejemplo, para que se incorporase a la vida religiosa del
pueblo, para que fingiese creer si no creía, para que ocultase sus ideas al
respecto, mas sin intentar siquiera catequizarle, convertirle de otra manera.
-Pero ¿es eso posible? -exclamé consternada.
-¡Y tan posible, hermana, y tan posible! Y cuando
yo le decía: «¿Pero es usted, usted, el sacerdote, el que me aconseja que
finja?», él, balbuciente: «¿Fingir?, ¡fingir no!, ¡eso no es fingir! Toma agua
bendita, que dijo alguien, y acabarás creyendo». Y como yo, mirándole a los
ojos, le dijese: «¿Y usted celebrando misa ha acabado por creer?», él bajó la
mirada al lago y se le llenaron los ojos de lágrimas. Y así es como le arranqué
su secreto.
-¡Lázaro! -gemí.
Y en aquel momento pasó por la calle Blasillo el
bobo, clamando su: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Y
Lázaro se estremeció creyendo oír la voz de Don Manuel, acaso la de Nuestro
Señor Jesucristo.
-Entonces -prosiguió mi hermano- comprendí sus
móviles, y con esto comprendí su santidad; porque es un santo, hermana, todo un
santo. No trataba al emprender ganarme para su santa causa -porque es una causa
santa, santísima-, arrogarse un triunfo, sino que lo hacía por la paz, por la
felicidad, por la ilusión si quieres, de los que le están encomendados;
comprendí que si les engaña así -si es que esto es engaño- no es por medrar. Me
rendí a sus razones, y he aquí mi conversión. Y no me olvidaré jamás del día en
que diciéndole yo: «Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él,
temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del campo-:
«¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo
mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». «¿Y por qué me la deja
entrever ahora aquí, como en confesión?», le dije. Y él: «Porque si no, me
atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso
jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses,
para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para
matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en
unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan.
Y esto hace la Iglesia, hacerles vivir. ¿Religión verdadera? Todas las
religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos
que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir,
y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y
la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que
les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas sus palabras.“
Fragmento de San
Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno
GRUPO DE PÍO BAROJA. TEXTO PARA COMENTAR.
El pueblo no tenía el menor sentido social;
las familias se metían en sus casas, como los trogloditas en su cueva. No había
solidaridad; nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de la asociación. Los
hombres iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no salían más que los
domingos a misa […].
Muchas veces a Hurtado le parecía Alcolea una
ciudad en estado de sitio. El sitiador era la moral, la moral católica. Allí no
había nada que no estuviera almacenado y recogido: las mujeres, en sus casas;
el dinero, en las carpetas; el vino, en las tinajas. [...]
Esta perfección se conseguía haciendo que el
más inepto fuera el que gobernara. La ley de selección en pueblos como aquél se
cumplía al revés. El cedazo iba separando el grano de la paja, luego se recogía
la paja y se desperdiciaba el grano. Algún burlón hubiera dicho que este
aprovechamiento de la paja entre españoles no era raro.
Por aquella selección a la inversa resultaba
que los más aptos allí eran precisamente los más ineptos […].
La política de Alcolea respondía
perfectamente al estado de inercia y desconfianza del pueblo. Era una política
de caciquismo, una lucha entre dos bandos contrarios, que se llamaban el de los
Ratones y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los Mochuelos,
conservadores.
En aquel momento dominaban los Mochuelos. El
Mochuelo principal era el alcalde, un hombre delgado, vestido de negro, muy
clerical, cacique de formas suaves, que suavemente iba llevándose todo lo que
podía del Municipio.
El cacique liberal del partido de los Ratones
era don Juan, un tipo bárbaro y despótico, corpulento y forzudo, con unas manos
de gigante, hombre que cuando entraba a mandar, trataba al pueblo en
conquistador. Este gran Ratón no disimulaba como el Mochuelo; se quedaba con
todo lo que podía, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos.
Alcolea se había acostumbrado a los Mochuelos
y a los Ratones, y los consideraba
necesarios. Aquellos bandidos eran los sostenes de la sociedad; se
repartían el botín: tenían unos para otros un tabú especial como el de los
polinesios. Andrés podía estudiar en Alcolea todas esas manifestaciones del
árbol de la vida, y de la vida áspera manchega: la expansión de egoísmo, de la
envidia, de la crueldad, del orgullo.
A veces pensaba que todo esto era necesario;
pensaba también que se podía llegar, en la indiferencia intelectualista, hasta
disfrutar contemplando estas expansiones, formas violentas de la vida.
¿Por qué incomodarse, si todo está
determinado, si es fatal, si no puede ser de otra manera? -se preguntaba-. ¿No
era científicamente un poco absurdo el furor que le entraba muchas veces al ver
las injusticias del pueblo? Por otro lado, ¿no estaba también determinado, no
era fatal el que su cerebro tuviera una irritación que le hiciera protestar
contra aquel estado de cosas violentamente?
Pío Baroja, El árbol de la ciencia